Paula miró la ventana de la habitación y apretó la carta. Observó los pétalos antiguos que la acompañaban y siguió con la lectura.
Cuando empecé a escribir esto, quería que tus recuerdos se hicieran tangentes, así que intenté hacer que cada frase, le dé un impulso a los recuerdos. Así sin cerrar los ojos, puedas respirar el olor del tiempo, te sumerjas en él y logres impulsarlo a tu vida, hacia aquel pasado algo lejano, hasta al aroma a humo que te persigue, hasta el aroma a rosa que te acompañará siempre.
Tiempo después, aquella noche del 7 diciembre, Paula estaba con su familia celebrando su primera comunión. Estaba Paula elegante con su vestido blanco inmaculado que Julián le había dicho, parecía de Beata asustada,- dos días antes lo había robado de su mamá para subir a mostrarlo- cuándo se escuchó un crepitar de las hojas y el olor a leña muy fuerte. Salieron por la ventana cuándo escucharon el grito de alguien ¡Se quema la casa de Doña Apolonia! Paula mirando el amarillo rojizo de la montaña, salió corriendo de inmediato, desobedeciendo el grito de terror de su madre. Sabía que nadie ayudaría a Julián, nadie estaría buscando un niño en una casa vacía. Empezó a subir la cuesta con la facilidad de los que conocen los atajos, sin necesidad de luz, ya que las estrellas eran su guía y cuándo llegó se sorprendió al ver la casa totalmente en llamas, exceptuando la pieza cercana al molino, que por la bendición de estar cercana al agua, no había sufrido mayor cosa.
Paula empezó a gritar desesperada, -¡Doña Apolonía, Julián!- Pero nadie respondía, sólo el fuego que se hacía cada vez más fuerte. Los vecinos y el Padre Simón, llegaron con baldes de agua para intentar detener algo que no tenía final.
Paula llorando salió corriendo hacia el bosque cuándo una mano la sacó de su ensimismamiento. Cubierto de hollín y con los ojos rojos por el humo estaba Julián. Paula lo abrazó sin importarle el olor a humo, o como quedara su ropa. Sin inmutarse, Julián recibió el abrazo sin devolverlo, tal vez por el susto, tal vez por la sorpresa. -¿Sabes algo de mi madre?- preguntó Julián a Paula, ella negando con la cabeza le respondió -¿Qué pasó?- Julián mirando el bosque inició a contarle. -Me escapé para ir a verte con tu vestido de beata en la iglesia, cuándo mi madre empezó a prender los faroles para la fiesta de
Esa madrugada, se declaró campo santo lo que era antes una gran casa, ya que no se pudo recuperar el cuerpo de Doña Apolonia de las llamas ni las cenizas que se veían. El Padre Simón celebró una misa lúgubre con todas las personas que subieron a colaborar. Al finalizar de la celebración, un ligero viento elevó hacia el cielo, los pétalos de las rosas blancas que siempre colocaba Doña Apolinia. Nadie en el pueblo, entendió como habían llegado hasta allá dichas rosas ni mucho menos, de dónde provenían dichos pétalos. Muchos lo atribuyeron a un milagro del cielo, otros a los vientos que había dejado la desolación. Paula mirando el cielo con su vestido negro, sabía bien el triste origen de esa ovación.
2 comentarios:
Está muy chula la historia, espero que continúe y no acabe así, ánimos para seguir escribiendo.
Un saludo, Orihime
este capitulo me dio mucha tristeza, pobre Julian y Doña Apolonia aunque me encanto el comentario de Paula "me tienes a mi" espero que las cosas para Julian mejoren y me encanta esta historia es para recapacitar en muchos sentidos
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