martes, 27 de diciembre de 2011

Laberinto III


Saludos a todos... esta es una tercera parte de esta historia, espero les agrade.

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Paula miró la ventana de la habitación y apretó la carta. Observó los pétalos antiguos que la acompañaban y siguió con la lectura.

Cuando empecé a escribir esto, quería que tus recuerdos se hicieran tangentes, así que intenté hacer que cada frase, le dé un impulso a los recuerdos. Así sin cerrar los ojos, puedas respirar el olor del tiempo, te sumerjas en él y logres impulsarlo a tu vida, hacia aquel pasado algo lejano, hasta al aroma a humo que te persigue, hasta el aroma a rosa que te acompañará siempre.

Tiempo después, aquella noche del 7 diciembre, Paula estaba con su familia celebrando su primera comunión. Estaba Paula elegante con su vestido blanco inmaculado que Julián le había dicho, parecía de Beata asustada,- dos días antes lo había robado de su mamá para subir a mostrarlo- cuándo se escuchó un crepitar de las hojas y el olor a leña muy fuerte. Salieron por la ventana cuándo escucharon el grito de alguien ¡Se quema la casa de Doña Apolonia! Paula mirando el amarillo rojizo de la montaña, salió corriendo de inmediato, desobedeciendo el grito de terror de su madre. Sabía que nadie ayudaría a Julián, nadie estaría buscando un niño en una casa vacía. Empezó a subir la cuesta con la facilidad de los que conocen los atajos, sin necesidad de luz, ya que las estrellas eran su guía y cuándo llegó se sorprendió al ver la casa totalmente en llamas, exceptuando la pieza cercana al molino, que por la bendición de estar cercana al agua, no había sufrido mayor cosa.

Paula empezó a gritar desesperada, -¡Doña Apolonía, Julián!- Pero nadie respondía, sólo el fuego que se hacía cada vez más fuerte. Los vecinos y el Padre Simón, llegaron con baldes de agua para intentar detener algo que no tenía final.

Paula llorando salió corriendo hacia el bosque cuándo una mano la sacó de su ensimismamiento. Cubierto de hollín y con los ojos rojos por el humo estaba Julián. Paula lo abrazó sin importarle el olor a humo, o como quedara su ropa. Sin inmutarse, Julián recibió el abrazo sin devolverlo, tal vez por el susto, tal vez por la sorpresa. -¿Sabes algo de mi madre?- preguntó Julián a Paula, ella negando con la cabeza le respondió -¿Qué pasó?- Julián mirando el bosque inició a contarle. -Me escapé para ir a verte con tu vestido de beata en la iglesia, cuándo mi madre empezó a prender los faroles para la fiesta de La Inmaculada Concepción, me aburrí así que me fui al bosque a perseguir conejos, cuándo me detallé las luces del fuego, vine corriendo. No encontré ni siquiera como entrar, no sé dónde estará mi madre- Sus ojos se alcanzaron a aguar un poco pero sin llegar a llorar totalmente. Paula le dijo - ¿Qué harás?- Julián levantó los hombros en un dejo de incertidumbre - ¿Si vas a mi casa? Dijo Paula sin pensarlo – Allá nadie diría nada, no criticarían, sé bien que mi madre…- Julián la interrumpió- Sé bien que no dirían nada, pero mi madre no querrá pasar una vergüenza…- En el fondo las voces de los gritos de su madre, sobresaltaron a Paula. –Debes irte, Paula. Tu familia debe estar preocupada. Tienes alguien que se preocupa por ti, yo… creo que ya no tengo a nadie.- dijo Julián con tristeza en la voz. Paula lo miró y con una triste sonrisa y respondió –Tienes a alguien, me tienes a mí. –. Salió caminando detrás del pequeño infierno que había alrededor y cuándo miró a su madre la abrazó con fuerza. Ella asustada miró a su pequeña hija con su vestido lleno de hollín y algo quemado. Paula la miró y con la voz quebrada preguntó - ¿Saben algo de Doña Apolonia? - Su madre negó con la cabeza y el Padre Simón dijo con su rostro negro y grandes surcos por sus mejillas “Vayan a cambiarse, se celebrará la misa por una priosta importante del pueblo”

Esa madrugada, se declaró campo santo lo que era antes una gran casa, ya que no se pudo recuperar el cuerpo de Doña Apolonia de las llamas ni las cenizas que se veían. El Padre Simón celebró una misa lúgubre con todas las personas que subieron a colaborar. Al finalizar de la celebración, un ligero viento elevó hacia el cielo, los pétalos de las rosas blancas que siempre colocaba Doña Apolinia. Nadie en el pueblo, entendió como habían llegado hasta allá dichas rosas ni mucho menos, de dónde provenían dichos pétalos. Muchos lo atribuyeron a un milagro del cielo, otros a los vientos que había dejado la desolación. Paula mirando el cielo con su vestido negro, sabía bien el triste origen de esa ovación.

2 comentarios:

Orihime dijo...

Está muy chula la historia, espero que continúe y no acabe así, ánimos para seguir escribiendo.
Un saludo, Orihime

Veyita Snape on 4 de abril de 2012, 19:34 dijo...

este capitulo me dio mucha tristeza, pobre Julian y Doña Apolonia aunque me encanto el comentario de Paula "me tienes a mi" espero que las cosas para Julian mejoren y me encanta esta historia es para recapacitar en muchos sentidos

 

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