Cierto día, Valeria le entregó un pergamino a Nestor, quien intrigado lo abrió para encontrar tan solo un pentagrama. Entendió que era un mensaje.
Fue entonces cuando luego de largo tiempo, ella volvió a hablar. – Creo que un músico con imaginación como eres tu, lo puedes entender bien.- Nestor sonrió y respondió- Vaya, creí que jamás volvería a escuchar tu voz - - No lo creas, la escuchabas en el río, en cada una de las notas que proferías con la guitarra. Igual, también hubieras podido hablar y no lo hacías.- dijo Valeria tirando una pequeña piedra al río.- No quería romper la magia del momento- dijo en un susurro Nestor. – Un momento un poco extenso ¿No crees?, Lo bueno, es que la vida no se mide en tiempo ya que es atemporal, se vive en momentos, instantes… - respondió Valeria sonriendo y tomándolo de la mano.
Nestor guardó la nota en el bolsillo dispuesto a llegar a su casa, entenderlo y comprenderlo todo, luego con las últimas fuerzas de la noche, improvisó una canción especial para Valeria. Ella se acercó y lo beso en la mejilla y se alejó junto a Dolores tiritando por el frío de la noche. Nestor, lejos de tener ese frío encontró una calidez en el ambiente que jamás había sentido, y que no sentiría con nadie más, que solo se complementaría y exponenciaría con la presencia de Valeria.
Nestor llegó a su casa y se encontró con la desagrdable sorpresa de ver a Milciades en la entrada de su casa, en compañía de su madre, quien se veía más molesta que preocupada. – Le dije, mi doña, ese niño no puede seguir siendo tan malcriado- dijo Milciades a la madre de Nestor, antes de que ella diera respuesta alguna, sin aviso alguno Nestor respondió -Profesor, ¿Usted cree que existe alguna representación mental en los contextos de la locura?-. Milciades lo miró con el desprecio que solo alguién que ignora una respuesta puede hacer y mirándo a la madre de Nestor acotó.- Señora, si me permite generaré un castigo ejemplar a su hijo- -Hagalo Milciades, es importante que el aprenda a respetar- dijo su madre. Nestor miró a todos los del vagón dormir profundamente, el, con su infinito insomnio, no podía hacerlo. Los envidió. Pero también recordó lo que sentía en el momento que su madre dijo eso. ¿Respeto? ¿Y donde quedaba el respeto a la vida de él mismo? ¿A sus ideales?
Así pasaban las noches, Milciades que encerrando en la pieza a Nestor, quién solo cantaba a la luna componiendo canciones, esperando acortar así distancias. A lo lejos, en otro rincón atípico de aquel pueblo, Valeria escribía con la tinta que fluía de sus manos la más desesperada oda a la locura. Aquella con la que podía seguir maltantando al papel, asesinando a la literatura con profesa pasión. Ambos, a distancia, sabían que su musa, su inspiración dormitaba lejos de ellos, separados tan solo por unos metros, que cerrando los ojos se convertían en unos pocos milímetros.