miércoles, 20 de junio de 2012

Laberinto V

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Lo sé, me demoro y pido disculpas, lo que pasa, es que las musas de la inspiración huyen sin compasión.

Saludos...

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Al pasar el tiempo, las acciones del pasado se hacen menos trascendentales y hasta se sonríe recordando las cosas hechas, las locuras realizadas, los errores cometidos. Aunque, el tiempo ganado, o en muchas ocasiones, desperdiciado es algo que jamás se deja de pensar, de creer el “¿Qué tal si…?”

Paula sentada en la estación del tren que la llevaría de nuevo a su casa, pensaba en esa frase de la carta. Sí, aquellas decisiones del pasado, son las que más recordaba.

Aun no entendía, como logró desfalcar la alcancía de su madre, o tomar de las vueltas de su padre, monedas que poco a poco sirvieron para dejar en la repisa de su antigua habitación el dinero exacto para el transporte de Julián a la capital. Mucho menos, entendía como por decisiones del azar, aquel bendito azar, se alojaron cerca a una posada que tenía un cuarto deshabitado en el cual, pudo instalarse Julián.

Paula había llevado el cuadro de Van Gogh con la excusa de recordar el pueblo, y su madre intentó pelear, el recuerdo de un muerto, no es algo agradable en una casa nueva, pero la seriedad de Paula, y su terquedad, ganaron.

La capital, ese lugar enorme… Aun así, ella iba con Julián, y pudo decirle a sus padres, que tenía un amigo con ese nombre. Sus padres lo entendieron como un nuevo conocido, y Julián decidió no dejarse conocer de ellos, ya que su leve parecido físico con doña Apolonia y su poco conocimiento de la ciudad, lo delataría fácilmente.

Buscaron para él, un empleo cerca de la pensión. Al fin dieron con uno que al menos parecía para él, carpintero. Aunque ese nombre era mucho título, era simplemente auxiliar de carpintero. –Te acompañaré- Dijo Paula, Julián respondió mirándola- Eres una niña, una recién llegada. Es más fácil que crean que el empleo es para una persona sola, que una persona manteniendo a alguien- Paula ofendida lo miró y respondió –No me mantendrás-. Julián con la seriedad que lo caracterizaba respondió- Lo sé, pero esa sería la imagen que venderíamos- Paula renegando salió del cuarto.

En la noche, escapada de su casa, esperando la respuesta que dieran a Julián, Paula miraba su cielo y la verdad le daba tristeza verlo negro, o más bien gris, a causa del exceso de humo, de luces, de basura. El cielo estaba hecho para observarse, no para ignorarse y ella, detallaba que en esa ciudad no lo veían nunca. Si no se sabía nada del vecino, tal sería el desinterés, que ni detallaban que un joven vivía en aquel cuarto olvidado, mucho menos contarían las estrellas y las historias que ellas pudieran regalar. Se encontraba en esas divagaciones cuándo llegó Julián, con aserrín en su cuerpo, las manos sucias pero la sonrisa enorme. -Estoy a prueba en la carpintería, dejarán el letrero unos días, si no aparece alguien mejor, me dejan. Además, sí creyeron que tengo 17 años- Paula rió, él solo era dos años mayor que ella, y ella recién había cumplido 12 años. Él se veía mayor de la edad que realmente tenía y Paula se veía menor de la edad que debería tener, los problemas de las contexturas y los genes.

Finalmente, el letrero desapareció, el cuarto abandonado se fue arreglando lentamente para convertirse en un observatorio o como decían los padres de Paula, el cuarto de estudio. Siempre estaba lleno de libros, de mapas astronómicos,  de una cama vacía, una taza de café, aquel cuadro de Van Gogh, una rosa amarilla y el olor a madera recién cortada.

Ni todos los libros lograrían explicar la sensación que es llegar a un lugar que no conoces, con nadie conocido, pero es parte de ese “no sé” lo que nos hace aprender, a las malas, con dolor, con terror, pero con libertad”
 

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