martes, 3 de abril de 2012

Laberinto IV

3 comentarios
Saludos a todos... sé bien que me demoro escribiendo, pero lamentablemente las musas de la inspiración se confunden entre el viento.

Espero les guste este capítulo... es corto, pero considero trascendental


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Paula tomó un ligero descanso. Se levantó, pasó frente del espejo de la sala, y se dirigió a su cocina a preparar el té, aquella extraña costumbre inglesa. Sí, la habían influenciado pocas veces en su vida, la última fue Inglaterra, aquella temporada dónde su música, sus costumbres, hasta su forma de observar el cielo era diferente y la hicieron algo diferente. El inicio de esas influencias, había sido Julián.

Estos días he visto el viento mecer las hojas, me he sentado en aquel lugar que bien conoces y comprendo aquella pasión por las estrellas, por el aire, por el mismo viento. He sentido esa pasión innata de volver a la casa, la que nadie quería volver a pisar.

Luego de la muerte de Doña Apolonia, Julián se volvió más hermético, más extraño y podría decirse más misántropo que de costumbre. Sus esporádicas sonrisas desaparecieron y hasta Paula olvidaba como era la tonalidad de su voz. Aun así, ella no dejaba de hablar con él un solo día. Mientras escribía las tareas de ética sobre el valor de la vida, sumaba problemas y restaba dudas, aprendía sobre sicofonías, y cacofonías. Mientras bordaba camisas que no iba a darle a nadie, o recogía rosas para la iglesia, mientras hacía esas tareas que no entendía, que no quería, él sólo la escuchaba o perseguía los conejos que tenían el triste final de ser cazados.

El día que lo volvió a escuchar reír, fue el día que tomó la determinación que la iba a llevar a pelar contra la vida misma, la determinación de ser quien era. Se encontraban intentando cocinar uno de los conejos. Paula no podía seguir robando comida para él, y era bastante ilógico que todos esos conejos cazados, sólo sirvieran para alimentar a los zorros que merodeaban la zona. Con cuchillos en mano, aprendieron que la sangre de conejo manchaba las camisas, que era más fácil pelar un animal si antes se le echaba agua caliente y que ninguna comida sin sal, era buena. Escupiendo la comida luego de probarla, Julián no pudo reprimir la sonrisa y aquella carcajada era tan franca, tan real, que Paula se encontró mirando el cielo sin poder dejar de reír. Estaban al borde del acantilado, detrás del bosque que rodeaba la casa en ruinas de Doña Apolonia y luego de la estruendosa risa, quedó el silencio.

-Quiero estudiar Astronomía- Dijo Paula de la nada. Julián mirando el cielo respondió- A veces, no se necesita un cartón para demostrar un conocimiento. La vida, jamás te da algo escrito, exceptuando el epitafio de tu tumba. – Paula suspiró- Lo sé, pero quiero saber con algo más allá de los libros, de la observación. Quiero conocer el universo.-

Julián con una vaga sonrisa respondió- ¿Conocer el universo? ¿Cómo se hace eso cuándo no se conoce ni a uno mismo? Uno es un universo, con su tiempo, su ritmo, su territorio. Aprende a conocer lo que te rodea, luego, ahí si busca conocer el universo.-

Paula seguía mirando las estrellas en silencio. Luego de un largo rato, contestó.- Tengo que viajar, Julián.- él respondió con un simple sonido gutural, casi mudo, que decía todo. Paula prosiguió- Mis padres consideran que la educación del pueblo no es la mejor, y estoy de acuerdo con ellos. Creo que tendré que viajar a la ciudad, aprender allá, estudiar allá.- El viento respondió a esa frase con impetuosa fuerza. El silencio que reinó después de esto, hizo sentir a Paula como la más vil villana de cuentos, como una traidora y la más baja de las amigas. Para romper tan absurda atmósfera de dolor, Paula dijo:- Hablaré con mi madre para que te conozcan en el pueblo, para que digan que vienes de otro lugar.- Julián tomó la recién despresada pata de un conejo y lanzándola al vacío pronunció una palabra que Paula sabía que iba a decir: -Llévame.-

 

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