lunes, 20 de diciembre de 2010

Cinco menos cinco XII

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Saludos a todos, ando en una fase algo cursi, y extraña... En Sogamoso pienso mucho, pero no sé, me siento algo extraña. En fin... espero les agrade la siguiente parte.

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Cinco menos cinco ¿Sería aquella carta que años después era la única cosa que lo ataba a un momento de su vida qué él pretendía dejar solo para sí?

Sacando el arrugado papel, al lado de otras cuatro notas arrugadas de un pergamino, encontró la más larga e inició a leerla mientras el tren, continuaba su ¿eterno? Viaje sin regreso.

Nestor:

Son las tres y treinta y cinco con ochenta minutos, mirando el cielo gris, amenazador de mil lluvias, pienso en ti. En tu ternura trémula, en tu luz, en tus pasos perdidos por la oscuridad, en tu respiración queda y asustada en la orilla del río. Si, esta es una más de aquellas cartas, de las muchas que quizás no leerás jamás.

Hace ya cuatro años y siete meses que te marchaste, cruzando aquel puente que formulaba notas que solo tú y yo podíamos leer. Bastantes años atrás cuando miré la indagación de lo profundo en la incógnita de tus ojos, sabía que eras mío y que yo era tuya, que no podrían separar nuestras almas nuestras mentes y nuestra música, que innata vivía en nosotros, mas no con nosotros.

Aun recuerdo tu respiración queda, en la oscuridad tenue que nos acogía cada noche, el sonido que a borbotones surgía de la guitarra, que al compás de nuestros miedos y nuestros anhelos más profundos, marchaban cual sinfonía en donde las palabras eran grandes obstáculos.

No puedo olvidar el ligero roce de nuestros labios al encontrarnos y, el averno que se generó esa noche gracias a eso. Mi bella y triste Dolores, tiene su espalda con sendas marcas que ella, orgullosa carga, en muestra del infinito e ilógico amor que nos rodea.

Todos los días nos vemos con tu hermano Manuel. Precisamente él, fue quien me instruyó en algo inapropiado en esta sociedad, la lectura y la escritura. No sólo en lectura de alta sociedad, de niñas de buena conducta, no lo he sido, ni pretendo serlo… Eso se lo dejo a tu madre, que me sigue odiando y cada vez que mira que Manuel viene hacia mi casa, le escupe con senda elegancia. En fin, te comentaba que estoy aprendiendo arte, no de señoritas sino el verdadero, la filosofía, la novela, la teología… algo real, algo más complejo y así complemento aquellas siete notas de un pentagrama que en mi escaso conocer, dejaba entrever mi complicado amor hacia ti, unidos a una u otra vocal, y esporádicas consonantes.

En uno de los tantos libros que me ha mostrado, encontré una carta sellada que Pablo dirige hacia ti, cuándo sea el momento, cuándo nos veamos sin el agua en el cuello, cuándo dejen de fisgonear sobre nuestro amor, te la leeré o te la replicaré.

No sé cuál es la condición que debe cumplir tu alma antes de volver a mi lado, te diré que suelo ser paciente, así que seguiré esperando tu volver.

Añorando el sonido de tu voz,

Valeria”

lunes, 8 de noviembre de 2010

Cinco menos cinco XI

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Saludos a todos, este capítulo lo escribí mientras estaba en Sogamoso, no es efusivo, no es tan interesante, pero creo que es fundamental para el futuro de la historia.

Un abrazo enorme a todos.

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Cinco menos cinco ¿Serían aquellos cinco años que duró en el extranjero, siendo el dueño y ciudadano del mundo entero? Nestor recordó esos años, ese primer viaje que realizó cuando, después de la muerte de Pablo, se enfrentó a un gran dilema mental. Primero, dejar a Valeria –la razón más importante- la otra, su sed de justicia, de justicia real. Él quería saber quien era el asesino de Pablo, sí, todo le sugería que había sido su madre, pero ¿Y si no lo era? Aun recordaba la cara de terror que ella tenía y decidió ir en búsqueda de la verdad. Empacó en su maleta tres mudas de ropa, cinco libros que pertenecían a pablo y a Manuel, y en el último momento sin que lo decidiera antes, la guitarra.

Manuel, viéndolo entendió que era el momento del adiós. Nestor sin murmurar una palabra, se despidió de los criados con un abrazo, ellos quienes sin ser de su familia, eran más unidos a él que su propia sangre, miró a Milquiades con un odio profundo y son compasión, que hizo que aquel horrible ser, retrocediera un paso atrás. Abrazó a Manuel muy fuerte y sin ni siquiera voltear a mirar la puerta del cuadro de su madre, salió de la casa. Pasó cerca del río y recordó a Pablo, a Dolores, a Mariano y con una fuerza no imaginada jamás en un alma tan triste como la suya, empezó a cruzar el puente con determinación, antes de dar el último paso en el puente, sintió su presencia.

Volteó y ahí estaba Valeria mirándolo con su mirada negra, profunda, como el azabache. –Imaginaba que te ibas a ir, son muchas cosas en muy poco tiempo- dijo ella quedamente. –Si, lo son.- Respondió Nestor sin atreverse a mirarla a la cara, mientras jugaba con un pedazo de madera del puente. - ¿Por qué te ibas a ir sin despedirte siquiera de mi?¿Tan poco valgo para ti?- Dijo Valeria con una voz tan parsimoniosa que incomodó aun más a Nestor, más que si lo estuviera golpeando o gritando sin compasión. –Vales más Valeria, mucho más. Sabía que si te veía, no iba a tener la fuerza para irme.- Respondió Nestor con un nudo en el corazón.

Valeria solo se acercó un paso más y le dejó un pedazo de pergamino doblado en la mitad del puente. Desde lejos, esa nota era tan parecida a la que años atrás le había dado, que hasta le pareció que la vida giraba en círculos infinitos. Valeria le envió un beso con la punta de los dedos y volteó rápidamente camino al pueblo murmurando una frase que Nestor no comprendió en el instante “Piensa en el espacio musical”

Nestor recogió el papel y con un gran suspiro, emprendió el que consideró su viaje más largo. Iba de pueblo en pueblo, hablando con la gente, buscando revivir los pasos de Pablo, aprendiendo de los ancianos, comiendo y viviendo con los gitanos. Revivió historias inverosímiles, cuentos que no eran cuentos, mentiras que eran verdades a gritos. Recorrió caminos cerrados, iluminados con lunas tenues que apenas si le indicaban cual era el paso próximo, pero no permitía dar ni siquiera un paso atrás. Conoció mujeres bellas, seductoras y atrevidas pero que no eran capaces de pronunciar una palabra de amor. Encontró hombres fuertes, musculosos que perdidos en su propio mundo, no reconocían en los demás, lo que les faltaba a ellos, pasión por vivir. Pero cada noche de ese largo viaje, sacaba el pergamino de Valeria, la tocaba con desesperación, esperando encontrarla en cada nota, en cada trazo del papel, descubrirla en ese trozo de ella que tenía a su lado, en ese pentagrama que no terminaba de entender.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Cinco menos cinco X

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Saludos, es un capítulo bastante corto, pero no sé, con mucha carga emocional...

Espero les agrade.


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Sin una lágrima en los ojos, Nestor miró el vacío del humo, y se apropió de sus ideas, de sus recuerdos para enviarlas a Pablo por medio de la estela que iba dejando el tren. Cuando era niño, una de las tantas enseñanzas de él, era que si pensabas fijamente en alguien, podrías enviarle lo que sientes, a esa persona en quién pensaras por medio del humo, que se elevaba al cielo y caía en forma de lluvia. Nestor recordó a Pablo y también a Valeria. Ese era otro de los tantos recuerdos que marcaban su vida. Cinco menos cinco… ¿Sería el recuerdo de aquel entierro y las lágrimas que derramó, aquellas cinco lágrimas?

Su madre no fue al entierro de Pablo, el pueblo no podía creerlo, eran muchas cosas en un poco tiempo - ¿Una muerte tan intempestiva? ¿Cuál habrá sido el ladrón? Eso mínimo fueron los criados pero ¿Y si fue un suicidio? – las mujeres no dejaban de murmurar sobre ese tipo de cosas. En un acto de grosería que nadie entendió, Manuel empezó a ahuyentar a la jauría de hienas, que adoloridas solo gritaban diciendo que el diablo estaba entre esa familia. Para Nestor y Manuel, escuchar eso, era más de lo que podían soportar, ya que tal vez no estaban tan lejos de la realidad. A su lado solo quedaban Mariano, Dolores y Valeria que débilmente le tomó la mano a Nestor, ante las hordas de frases inapropiadas de la gente, reconfortándolo un poco.

En su casa, su madre encerrada en la habitación sorda a las palabras de Milquiades, o a los ruegos de las criadas, estaba observando su reflejo fuera del alma. Entonces vio una persona que le mostraba una pequeña fracción de vida en el espejo. Esa que le recordó que hace un tiempo atrás, él, el culpable de su desgracia, dañó su vida. Aquel desgraciado ser que se decía su marido, el que en un famoso momento de lucidez, decidió llegarle con la noticia que tenía una amante, y que no era nada más ni nada menos que la hermana de su mejor amigo. Ya sabía ella que esa amistad no era real, ya sabía ella que eso de amigos entre un hombre y una mujer no podía ser… Ya sabía ella que esa arpía era una cualquiera, una vagabunda que no la dejaba vivir en paz. ¿Qué diría la sociedad si se enteraba, que ella, la gran dama, la gran señora, vivía con un infiel? Menos mal decidió irse, pero no a tiempo para no dejarle una desgracia mayor. Esa mujer, tenía en sus entrañas a un bastardo ser, hijo del mundano de su marido. El cielo en justicia, decidió tomar la vida de esa pecadora –alma bendita- pero su criatura, con ojos de gato y cabello negro, seguía atormentándola en cada momento.

Cuando el padre Miguel terminó la letanía y se alejó, Valeria empezó a cantar con una voz tan lúgubre pero tan hermosa, que parecía ser de fuera de este mundo. Manuel golpeaba la tierra con desesperación. Dolores esparcía flores, para que el viaje al más allá estuviera lleno de buenos caminos. Mariano se dirigía al cielo en una plegaria silenciosa. Y él, Nestor, solo se arrodilló y dejando las cuerdas de la guitarra enrolladas, luego de escribir el epitafio en la tumba de su hermano, se levantó y se fue caminando en silencio, tomado de la mano con Valeria. Los demás los siguieron dejando el cementerio vacío, con una rosa amarilla al lado de un epitafio muy sentimental ... “¿Qué es el silencio? El silencio son seis cuerdas sin guitarra.”J.A.N.



martes, 17 de agosto de 2010

Cinco menos cinco IX

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Bueno, como le decía a Iss... este capítulo posiblemente le haga odiarme.

Saludos a todos y gracias por seguir esta historia esporádica y lenta.

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Cinco menos cinco ¿Serían esos cinco disparos que escuchó Nestor aquella noche en que la luna escondida por su tragedia desprendía un color rojizo?

Mirando los rieles del camino después de aquella parada, una tonada en su cabeza, no lograba condensarse, esa tonada que reconocía a distancia y que era la forma de reconocer a Pablo, ahora era simplemente un vago recuerdo. Sumergido en su deseo musical, Nestor recordó esa triste noche.

Al paso de los días, la situación en el pueblo se fue calmando. Mariano estaba pendiente de Dolores y de su hija Valeria. Manuel no dejaba a Nestor ni un minuto solo, porque Milquiades y su madre no dejaban de hacerle preguntas sobre la “estupidez” que había hecho. Nestor ignorándolos solo leía en la biblioteca aquellos regalos que Manuel había llevado en su largo viaje, libros que enseñaban sobre la poesía, la prosa, las canciones.

Manuel quería compartir esto con Nestor, era al menos lo mínimo después de años de distancia. Para Nestor, una palabra no encerraba el amor, pero permitia iniciar una danza de emociones, que bien, unidas a la música, hacían todo perfecto. Manuel, sin conocer ese argumento, le había regalado más de lo que podía dar.

Una tarde, a escondidas de su madre, lo llevó a las afueras del pueblo, a un paraje que bien conocía Nestor, la orilla del río. -Dime ¿Qué piensas cuando estás acá?- preguntó Manuel tirando una piedra al fondo del cristalino río que reflejaba el sol ocultándose perezosamente. Nestor, apropiándose del momento y trasladándose en el tiempo, dijo – Siento el aroma de la piel perfecta mezclandose con la limpieza de un alma contrita y pura, sumergiéndose en la neutralidad del silencio- sonrió pero de pronto su sonrisa fue una mueca al escuchar a pregunta repentina de su hermano mayor -Nestor ¿Dónde está Pablo?-.

Nestor evitando la mirada, respondió –Nuestra madre lo echó de la casa.- Manuel recostándose en el piso mirando una nube pasar, respondió después de un largo silencio. –Eso fue lo mejor para él, tenía que crecer, que vivir. Lo que no has hecho- -Vamos, es tarde y no quiero una cantaleta del imbecil de Milquiades-

Iban caminando hacia la casa, riendo, solo alumbrados por la luz de la luna, mientras Manuel explicaba a Nestor que ese extraño color en la luna, era tan solo un eclipse, cuando de pronto escucharon disparos provenientes de la casa. Su madre solía cazar conejos, o disparar al aire cuando sentía ladrones, así que no se preocuparon mucho, pero cuando llegaron a la casa, la realidad no podía ser peor. Con una pistola anticuada en mano, rodeada de humo y con una mirada de terror, se encontraba su madre. En el piso con una sonrisa infinita y su guitarra entre los dedos, estaba Pablo.

Los gritos de las empleadas, de Milquiades separando a su madre del cuerpo de Pablo, de Manuel desesperado pidiendo un médico, no eran nada comparados con la impavidad de Nestor. Acercándose al inerte cuerpo de Pablo, vió la nota que aun marcaba en sus dedos izquierdos- sol menor - y un papel que tenía en sus manos, un trozo de libro de Cuentos Cortos que Manuel había llevado. Maribel Pumarejo Olivella no podía menos que describir el horror del momento. Y ahora, mi sombra me ha creído su sombra”.

viernes, 16 de julio de 2010

Cinco menos cinco VIII

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Bueno, esta historia sí que va lenta... Carajo, como me duele estar perdida de imaginación y saber que no me surgen las ideas.


Agradezcan a Juan Carlos por su apoyo para subir esta VIII parte xDDD y bueno espero que les guste esta locura a todos. Un abrazo.


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Manuel era todo un abogado cuando desapareció de la vida de su madre. A los quince años decidió ir a la gran ciudad a estudiar, dejó a su madre con su otro hijo, Pablo quien en el momento tenía ocho años. En la ciudad, Manuel aprendió que era realmente la vida, salir de la seguridad que de alguna forma ejercía el pueblo en el. Allí, luego del ciclo básico, siguió interesado en las leyes y estudió derecho. Se convirtió en el gran doctor, el letrado, el respetado de la familia. Su madre, siempre le escribía maravillas del pueblo, maravillas de la familia –menos de su hermano Pablo que era un caso perdido- , maravillas de la vida. Cuando Manuel volvió al pueblo unos años después, encontró que su madre no era la mujer maravillosa que siempre describía en las cartas, ni que esa vida era perfecta. Vio a su madre echa una beata a favor de las “sanas costumbres” del pueblo. Encontró una sociedad que se manejaba por lo que decía unas cuantas personas, sin pensamiento ni mucho menos libre albeldrío. Todos iguales, maquetas idénticas encerradas en preceptos anticuados. Lo único que le agradó fue no encontrar a un ensimismado Pablo, victima de un desasosiego y de una mala educación, sino a un hombre hecho de ideales, con bases lógicas, un verdadero líder. En ese entonces se enteró que su familia estaba esperando a otro niño más. - Este niño, será lo que Pablo jamás será. Manuel, hijo tu nuevo reemplazo llegará.- dijo su madre un día cualquiera. Internamente se preocupó por ese niño, estaría condenado a ser el menor, el protegido. Pensó en su futuro y decidió acercarse a su familia. No podía hacer nada mejor que eso, al menos de esa forma colaboraría con la crianza de ese pequeño. Cuando nació, él fue quien decidió llamarlo Nestor, en honor a aquel argonauta inteligente que sabía guiar a una nación. Su madre complacía todo lo que él pedía. Un día, cuando estaba en la casa escuchando el regaño de su madre a su hermano Pablo por tocar guitarra, entendió que no podía quedarse ahí, viendo como pasaba su vida sin hacer nada. Se dio cuenta que era una estupidez no hacer algo mejor por sus hermanos. Empacó sus maletas y dijo algo que en ese entonces solo Pablo entendió. -Voy en búsqueda del tiempo-. El tiempo, algo tan bendito y sagrado y a la vez tan profanado y poco apreciado debía ser encontrado.

Al día siguiente de la llegada de Manuel, en el pueblo, no se hablaba de otra cosa. Hasta el sermón de padre Miguel se guió a eso. La gran mayoría apoyaba la reacción de la madre de Nestor. Un esclavo jamás debe meterse en las cosas de su amo, y menos si ese esclavo es negro, ellos no sienten, no viven, no existen. Aquella minoría que no apoyaba eso, eran las personas de esa sociedad que no eran aceptados, o simplemente eran menospreciados. Los gitanos, los ancianos, los locos del pueblo. Aquellos, los ignorados, pero que a la vez eran los sabios, los amigos de Valeria y Nestor.

Manuel abrió los ojos. Siguiendo el ritual o más bien una extraña costumbre que manejaba, tomó una taza de café, -negro y sin azúcar- y se dirigió al cuarto de su hermano. No había dormido en toda la noche, pensando en la cara de su madre después de verlo y en lo que se había convertido ese pueblo, que lejos de criticar una costumbre espantosa de maltrato y crueldad, había sido participe de ella. ¿De que servían las leyes y los estudios si el verdadero dominio de aquellos seres ignorantes partía de un ser estúpido y vacío como el padre Miguel? Que lejos de hablar de algo válido, se había incluido en las críticas y vejaciones. Aquel que no sabía que era ni como era realmente la fe, ya que como todos aquellos, la religión solo era una excusa para lucrarse. O de ella, de su madre que no supo ser una líder de verdad, sino una mujer doblegada en doble forma, ya que era la gran mujer, la gran señora y la mejor creyente, hacía donaciones y no faltaba a una sola misa. Pero ¿Y dónde estaba su labor como madre? Y sin ir tan lejos ¿Su labor como esposa? Esas divagaciones se acrecentaban más a medida que Miguel se acercaba al cuarto de Pablo. Al encontrarlo vacío, entendió que él había seguido el camino de su padre…el de él mismo. Ahora, Nestor tendría que comprobar a que debía atenerse. A crear su propio destino.

martes, 22 de junio de 2010

Humo sobre la ciudad

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Cerrando el libro en sus manos, escuchando Beethoven, Adriana miraba el atardecer desde su rincón favorito en la biblioteca.

Ese humo sobre la ciudad le recordó aquellas épocas del pasado, aquellos deseos del futuro, aquellos instantes del presente.


Sabiendo que no podía hacer nada más, solo suspiro y siguió leyendo.

miércoles, 16 de junio de 2010

Invisible

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No es el tedio que me invade, no es la desesperación de ir hacia ningún lugar.

No, tampoco es la ilusión de verte en medio de nubes lejanas y sueños desesperados.

Es la impotencia de no saber quién soy,
a donde voy…
De ser solo el humo sobre la ciudad.

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Bueno, como le decía a Iss, en estos días... El 90% de las cosas, van para Mefisto.

Saludos
^^

miércoles, 5 de mayo de 2010

Cinco menos cinco VII

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Bueno, a petición de mi amigo Cesar... decido subir la séptima parte de este cuento. Espero les agrade. Un abrazo enorme y gracias por sus comentarios

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La tristeza del pueblo era evidente, ¿Dónde estaba aquella música nocturna? ¿Qué de malo hicieron a Dios para que no les concediera el hecho de una linda canción? Se vieron en esas épocas ayunos, oraciones, plegarias… pero nada, la música no volvía más. Nestor viendo todo ello no decía nada, solo leía bajo la cruel y nada beneplácita mirada de Milquiades y esporádicamente, aun bajo su mirada, componía canciones en pentagramas musicales. Algo que Nestor agradecía infinitamente, era el hecho que Milquiades no entendía nada de las notas colocadas en los pergaminos que él tenía, así que aquella noche de la golpiza, él pasó por alto la nota de Valeria, pensando que era solo eso, notas en un pentagrama.

Dolores y su padre Mariano, al ver tan sumida en la soledad a Valeria, la confortaban a salir, pero ella no concebía su libertad si Nestor no tenía una igual. El, alejado de esa sociedad, noche tras noche, día tras día, susurraba al viento seduciéndolo para que transportara su voz y su canción de amor a Valeria. Ella con Dolores de guía ya no sonreía y esperaba a Nestor con paciencia noche tras noche en la orilla del río, alimentándolo con sus lágrimas y su desesperación. Una noche sin luna a punto de alejarse del río, Valeria sintió a Nestor. – Eres mi todo también- dijo la voz de él. Valería con profunda conmoción solo pudo decir- Duraste mucho descifrándolo-. Nestor salió detrás del árbol donde estuvo escondido luego de escaparse de la casa, dejando todo perfectamente ordenado, como si estuviera durmiendo tranquilamente en su cuarto. Acercándose delicadamente a Valeria, la tomó de las manos y acercándose a sus labios, la besó sin pensarlo, sin el más mínimo temor. La besó como lo que era el, aquel ser que llevaba enamorado de ella más de seis años, como el ser que sabía que su vida se podía ir en ese lugar, sin pensamiento y con toda la paz. La besó sin prisa, pero sin pausa solo saboreando los momentos en que no tenía su presencia. Expresando en aquel beso las ausencias de sus cuerpos. Al dejar de besarla, Nestor mirándola le susurró- Disculpa no llegar a tiempo, sabes que no te he olvidado.- Ella mirándolo fijamente con sus ojos de gato, permanecía inmóvil, sabía que sin palabras todo era igualmente dicho. Él sonreía al verla, ya que seis años después de conocerla, seguía intrigándolo con su mirada sombría e inexpresiva, con su belleza cautiva y contrastante, aquella mujer que seguía siendo perfecta, simplemente exacta.

De pronto, cual escena erébica, Dolores alcanzó a proferir un grito ahogado antes de que acabara todo. Nestor impávido miró como venía Milquiades con otros cuatro hombres al lado. Lo siguiente era algo que jamás olvidaría Nestor en su vida. Los cinco hombres estaban separándolos, uno sostenía a Valeria, otro lo sostenía a él, mientras que Milquiades y otros dos hombres sostenían a Dolores quien de un momento a otro, se vio fuertemente castigada por la madre de Nestor.

-Homúnculo sin alma ¿Quién te crees que eres? ¿Cómo haces eso? Eres la peor influencia para mi hijo- decía mientras golpeaba con una vara de roble la espalda de la pobre criada, quien por medio del silencio decía todo, mientras las voces de Nestor y Valeria, eran acallados por aquellos hombres. Cinco menos cinco, ¿Sería tal vez la forma que le daba Valeria para recordar el primer beso, antes que llegaran esos hombres? Aquella cruel imagen dantesca solo fue detenida ante la llegada de dos personas, Mariano y el hermano mayor de Nestor y de Pablo, Manuel.

-¿Que les está pasando? Dijo Mariano mientras sostenía a Dolores, quién con la espalda sangrante y la cara desfigurada del dolor, se mantenía en silencio observando ante ella a una atónita mujer que sostenía en alto la vara de Roble. - ¿Manuel? Dijo la madre de Nestor quién en el momento dejó de ser esa imponente dama para convertirse en una madre sorprendida. Manuel, el hermano mayor de toda la familia, aquel a quien la Madre de Nestor respetaba de verdad, al único que jamás golpeó, y siempre ¿Amó? Manuel, el abogado, el siempre respetado y querido por todos, aquel perdido de hace 11 años, había regresado.

viernes, 26 de febrero de 2010

La ventana

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Sentada sobre el mullido y cómodo espacio que es la relatividad del tiempo, mirando la ventana de la desolación, siempre estaba ella.

Cuándo la soledad la invadía y veía que todo se desmoronaba entre sus dedos largos de muerte –como alguna vez le habían dicho- recordaba que antes había sido algo, y aun más importante, alguien. Ahora, no era nada.

Escribía sandeces en su libreta, procurando que ello empadronara la habitación, era la única prueba que tenía contra la ausencia de vida que estaba en esa casa gigante con mil puertas y mil ventanas, esa casa vacía, esa casa que como ella, estaba desmoronada y muerta, aquella que en sus buenos tiempos reflejaba alegría y era como aquella metáfora macondiana, la casa luminosa.

Escuchaba pasar el viento a través de las rendijas de los marcos y esas grietas que invisible y constantemente iban invadiendo su hogar, o bueno más bien su lugar de estadía. Un hogar requiere alegría, poder y hacer, vida y risas y allí solo estaba ella. En ocasiones veía los fantasmas de su pasado recorrer sus pasos en medio de aquellas paredes, sus voces, sus ademanes, sus deseos. Alguna vez, uno de ellos se asustó al entrar en esa habitación y encontrarse con algo con vida. Era ella que fijamente seguía mirando la ventana.

No recordaba cuanto había estado encerrada viendo esa ventana, en esa habitación. La comida no era su preocupación, tenía una bendición mística que permitía que ella no comiera, no sintiera hambre.

Siempre tenía el antojo de saltar por esa ventana y confirmar esa frase que ella repetía a diario, pero era más el poder hipnótico de la espera, que la misma parca susurrando sus frases para llevarla al onírico averno. Mas aquella mañana, cuando murmuró a la ventana su decisión fue algo sin premeditación. Se levantó, escribió algo y lo apretó contra la palma de su mano, abrió la ventana y con una sonrisa macabra afirmó mientras daba un paso hacia el vacío "Hoy es un buen día para morir".
 

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