viernes, 16 de julio de 2010

Cinco menos cinco VIII

2 comentarios
Bueno, esta historia sí que va lenta... Carajo, como me duele estar perdida de imaginación y saber que no me surgen las ideas.


Agradezcan a Juan Carlos por su apoyo para subir esta VIII parte xDDD y bueno espero que les guste esta locura a todos. Un abrazo.


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Manuel era todo un abogado cuando desapareció de la vida de su madre. A los quince años decidió ir a la gran ciudad a estudiar, dejó a su madre con su otro hijo, Pablo quien en el momento tenía ocho años. En la ciudad, Manuel aprendió que era realmente la vida, salir de la seguridad que de alguna forma ejercía el pueblo en el. Allí, luego del ciclo básico, siguió interesado en las leyes y estudió derecho. Se convirtió en el gran doctor, el letrado, el respetado de la familia. Su madre, siempre le escribía maravillas del pueblo, maravillas de la familia –menos de su hermano Pablo que era un caso perdido- , maravillas de la vida. Cuando Manuel volvió al pueblo unos años después, encontró que su madre no era la mujer maravillosa que siempre describía en las cartas, ni que esa vida era perfecta. Vio a su madre echa una beata a favor de las “sanas costumbres” del pueblo. Encontró una sociedad que se manejaba por lo que decía unas cuantas personas, sin pensamiento ni mucho menos libre albeldrío. Todos iguales, maquetas idénticas encerradas en preceptos anticuados. Lo único que le agradó fue no encontrar a un ensimismado Pablo, victima de un desasosiego y de una mala educación, sino a un hombre hecho de ideales, con bases lógicas, un verdadero líder. En ese entonces se enteró que su familia estaba esperando a otro niño más. - Este niño, será lo que Pablo jamás será. Manuel, hijo tu nuevo reemplazo llegará.- dijo su madre un día cualquiera. Internamente se preocupó por ese niño, estaría condenado a ser el menor, el protegido. Pensó en su futuro y decidió acercarse a su familia. No podía hacer nada mejor que eso, al menos de esa forma colaboraría con la crianza de ese pequeño. Cuando nació, él fue quien decidió llamarlo Nestor, en honor a aquel argonauta inteligente que sabía guiar a una nación. Su madre complacía todo lo que él pedía. Un día, cuando estaba en la casa escuchando el regaño de su madre a su hermano Pablo por tocar guitarra, entendió que no podía quedarse ahí, viendo como pasaba su vida sin hacer nada. Se dio cuenta que era una estupidez no hacer algo mejor por sus hermanos. Empacó sus maletas y dijo algo que en ese entonces solo Pablo entendió. -Voy en búsqueda del tiempo-. El tiempo, algo tan bendito y sagrado y a la vez tan profanado y poco apreciado debía ser encontrado.

Al día siguiente de la llegada de Manuel, en el pueblo, no se hablaba de otra cosa. Hasta el sermón de padre Miguel se guió a eso. La gran mayoría apoyaba la reacción de la madre de Nestor. Un esclavo jamás debe meterse en las cosas de su amo, y menos si ese esclavo es negro, ellos no sienten, no viven, no existen. Aquella minoría que no apoyaba eso, eran las personas de esa sociedad que no eran aceptados, o simplemente eran menospreciados. Los gitanos, los ancianos, los locos del pueblo. Aquellos, los ignorados, pero que a la vez eran los sabios, los amigos de Valeria y Nestor.

Manuel abrió los ojos. Siguiendo el ritual o más bien una extraña costumbre que manejaba, tomó una taza de café, -negro y sin azúcar- y se dirigió al cuarto de su hermano. No había dormido en toda la noche, pensando en la cara de su madre después de verlo y en lo que se había convertido ese pueblo, que lejos de criticar una costumbre espantosa de maltrato y crueldad, había sido participe de ella. ¿De que servían las leyes y los estudios si el verdadero dominio de aquellos seres ignorantes partía de un ser estúpido y vacío como el padre Miguel? Que lejos de hablar de algo válido, se había incluido en las críticas y vejaciones. Aquel que no sabía que era ni como era realmente la fe, ya que como todos aquellos, la religión solo era una excusa para lucrarse. O de ella, de su madre que no supo ser una líder de verdad, sino una mujer doblegada en doble forma, ya que era la gran mujer, la gran señora y la mejor creyente, hacía donaciones y no faltaba a una sola misa. Pero ¿Y dónde estaba su labor como madre? Y sin ir tan lejos ¿Su labor como esposa? Esas divagaciones se acrecentaban más a medida que Miguel se acercaba al cuarto de Pablo. Al encontrarlo vacío, entendió que él había seguido el camino de su padre…el de él mismo. Ahora, Nestor tendría que comprobar a que debía atenerse. A crear su propio destino.

 

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