viernes, 7 de noviembre de 2008

Armazón


Bueno, me gusta pasar de un lado al otro lo que escribo... del blog al DA, del DA al blog...

Tal vez en el DA no expliqué este escrito... es la confusión que ahora habita en el alma, la unión de personas perdidas que creo necesitar, o de seres que están pero en verdad no lo están... En fin. Aún me preguntó ¿Dónde estás?

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La tenue luz pasó a través de la rendija. La vio, la degustó, y la tomó como la salvación para el vacío que había en la habitación. Ya eran días iguales. El alma no sabía, no vivía, no respiraba, ni siquiera sentía. Todo era monotonía y esta a su vez era su alma, la dueña de sus prioridades, de sus lágrimas y tristezas.

Ah… la monotonía, su real compañía. Era ella más que todos aquellos que rodeaban la lúgubre celda en la cual se podía resumir su vida. Esa luz… la prueba que no estaba en el infierno; bueno, en uno más allá de su propia desolación.

En el fondo, Bethoveen interpretaba esa melodía que le representaba. Bendito sonido, algo más que le recordaba que aún había porque luchar, porque vivir, porque seguir en un mundo basura de porquería y desolación, de ira, odio, asco y demás sentimientos que expresan la podredumbre del alma. Este sonido, esta melodía que le hacía saber que su existencia no fallaba.

Café… ese aroma que le revolvía las entrañas del corazón, lo que le hacía saberse parco sin serlo, o más bien, dejar de ser parco para ser, ser con alma. Ese aroma… lo degustó en pequeños y cortos sorbos de placer. Aún sin sentirlo en su paladar, su cerebro ya funcionaba, era la aleación perfecta con Bethoveen. Este olor, el que jamás se desprendía, el que estaba impregnado en su piel, y en su alma…

Aún con los ojos cerrados, se podía concentrar en dicho aroma, y entonces sucedió lo impensable, lo jamás profetizado… profirió la más terrible y despreciable de las sonrisas que había hecho, esa sonrisa de la satisfacción total. Todos salieron espantados de la habitación. Todos menos quien siempre estaba, quien quedó a su lado, y tomando su mano, la colocó en el sitio donde debe ir el corazón.

- Todos huyen, ¿Por qué tu no?-
-¿Debería?-
-Si, deberías.-

No soltó su mano, es más, la apretó fuerte contra su pecho. Quería que sintiera que siempre estaba ahí.

-Somos el mismo ser. Entiéndelo.-

-Jamás. Es algo que no puede ser.-

Afuera de esa celda, las voces no paraban de murmurar… Lo sabían, el ser testigos de dicho horror, les profería la peor de las pesadillas. Saber que antes de morir, habló y sonrió aquel inerte ser…era saber que jamás podrían alcanzar la felicidad.

1 comentarios:

Manuel on 9 de noviembre de 2008, 10:47 dijo...

Hermoso. Lo amé, es tan groso (Ja, esa palabra es tuya). Tiene un toque, ese misterio, me recordó a Cortázar, el nunca saber si a la línea siguiente todo puede cambiar.

 

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