Saludos...
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“Al pasar el tiempo, las acciones del pasado
se hacen menos trascendentales y hasta se sonríe recordando las cosas hechas,
las locuras realizadas, los errores cometidos. Aunque, el tiempo ganado, o en
muchas ocasiones, desperdiciado es algo que jamás se deja de pensar, de creer
el “¿Qué tal si…?”
Paula sentada
en la estación del tren que la llevaría de nuevo a su casa, pensaba en esa
frase de la carta. Sí, aquellas decisiones del pasado, son las que más
recordaba.
Aun no entendía,
como logró desfalcar la alcancía de su madre, o tomar de las vueltas de su
padre, monedas que poco a poco sirvieron para dejar en la repisa de su antigua
habitación el dinero exacto para el transporte de Julián a la capital. Mucho
menos, entendía como por decisiones del azar, aquel bendito azar, se alojaron
cerca a una posada que tenía un cuarto deshabitado en el cual, pudo instalarse
Julián.
Paula había
llevado el cuadro de Van Gogh con la excusa de recordar el pueblo, y su madre
intentó pelear, el recuerdo de un muerto, no es algo agradable en una casa nueva,
pero la seriedad de Paula, y su terquedad, ganaron.
La capital,
ese lugar enorme… Aun así, ella iba con Julián, y pudo decirle a sus padres,
que tenía un amigo con ese nombre. Sus padres lo entendieron como un nuevo
conocido, y Julián decidió no dejarse conocer de ellos, ya que su leve parecido
físico con doña Apolonia y su poco conocimiento de la ciudad, lo delataría
fácilmente.
Buscaron para
él, un empleo cerca de la pensión. Al fin dieron con uno que al menos parecía
para él, carpintero. Aunque ese nombre era mucho título, era simplemente
auxiliar de carpintero. –Te acompañaré- Dijo Paula, Julián respondió mirándola-
Eres una niña, una recién llegada. Es más fácil que crean que el empleo es para
una persona sola, que una persona manteniendo a alguien- Paula ofendida lo miró
y respondió –No me mantendrás-. Julián con la seriedad que lo caracterizaba
respondió- Lo sé, pero esa sería la imagen que venderíamos- Paula renegando
salió del cuarto.
En la noche, escapada de su casa, esperando la respuesta que dieran a Julián, Paula miraba su cielo y la verdad le daba tristeza verlo negro, o más bien gris, a
causa del exceso de humo, de luces, de basura. El cielo estaba hecho para
observarse, no para ignorarse y ella, detallaba que en esa ciudad no lo veían
nunca. Si no se sabía nada del vecino, tal sería el desinterés, que ni
detallaban que un joven vivía en aquel cuarto olvidado, mucho menos contarían
las estrellas y las historias que ellas pudieran regalar. Se encontraba en esas
divagaciones cuándo llegó Julián, con aserrín en su cuerpo, las manos sucias
pero la sonrisa enorme. -Estoy a prueba en la carpintería, dejarán el letrero
unos días, si no aparece alguien mejor, me dejan. Además, sí creyeron que tengo
17 años- Paula rió, él solo era dos años mayor que ella, y ella recién había
cumplido 12 años. Él se veía mayor de la edad que realmente tenía y Paula se
veía menor de la edad que debería tener, los problemas de las contexturas y los
genes.
Finalmente,
el letrero desapareció, el cuarto abandonado se fue arreglando lentamente para
convertirse en un observatorio o como decían los padres de Paula, el cuarto de
estudio. Siempre estaba lleno de libros, de mapas astronómicos, de una cama vacía, una taza de café, aquel
cuadro de Van Gogh, una rosa amarilla y el olor a madera recién cortada.
“Ni todos los libros lograrían explicar la
sensación que es llegar a un lugar que no conoces, con nadie conocido, pero es
parte de ese “no sé” lo que nos hace aprender, a las malas, con dolor, con
terror, pero con libertad”